El rey Parīkṣit preguntó a Śukadeva Gosvāmī: Mi querido señor, ¿cuál es la razón de la diversidad de situaciones materiales en que se encuentran las entidades vivientes? Explícame eso, por favor.
El gran sabio Śukadeva Gosvāmī dijo: Mi querido rey, en este mundo material, las actividades pueden ser de tres tipos: bajo la influencia de la modalidad de la bondad, bajo la influencia de la pasión, o bajo la modalidad de la ignorancia. Como todo el mundo actúa bajo la influencia de esas tres modalidades de la naturaleza material, los resultados de las actividades también pueden ser de tres tipos. El que actúa influenciado por la modalidad de la bondad es religioso y feliz, el que actúa bajo la influencia de la pasión obtiene una mezcla de desdicha y felicidad, y quien actúa bajo la influencia de la ignorancia siempre es desdichado y vive como un animal. El destino que alcanzan las entidades vivientes varía conforme al grado en que influyen en ellas esas modalidades de la naturaleza.
El resultado de las diversas actividades piadosas son diversos niveles de vida celestial; del mismo modo, el que es impío en sus actividades cae en diversas condiciones de vida infernal. Aquellos que actúan bajo la influencia de la modalidad material de la ignorancia se ocupan en actividades impías, y en proporción a su ignorancia, tienen que sufrir en condiciones infernales de diversos tipos. Los sufrimientos de quien actúa bajo la influencia de la modalidad de la ignorancia debido a la locura, serán los menos rigurosos; el que actúa de modo impío, pero conoce la diferencia entre las actividades piadosas e impías, sufrirá en un infierno de mediana severidad. El peor destino es el de quien actúa de modo impío e ignorante por ateísmo. Debido a la ignorancia, todas las entidades vivientes, desde tiempo inmemorial, se han visto arrastradas por diversos deseos a miles de planetas infernales distintos. Voy a tratar de describírtelos lo mejor que pueda.
El rey Parīkṣit preguntó a Śukadeva Gosvāmī: Mi querido señor, esas regiones infernales, ¿están fuera del universo, dentro de la cubierta del universo, o en diversas regiones de este mismo planeta?
El gran sabio Śukadeva Gosvāmī respondió: Todos los planetas infernales se encuentran en el espacio comprendido entre los tres mundos y el océano Garbhodaka. Se encuentran en la parte sur del universo, por debajo de Bhū-maṇḍala y ligeramente por encima de las aguas del océano Garbhodaka. En esa misma región, entre el océano y los sistemas planetarios inferiores, se encuentra también Pitṛloka, cuyos habitantes, encabezados por Agniṣvāttā, meditan en la Suprema Personalidad de Dios en un estado desamādhi profundo y desean siempre el bien de sus familias.
El rey de los pitās es Yamarāja, el muy poderoso hijo del dios del Sol. Vive en Pitṛloka en compañía de sus asistentes personales y, rigiéndose por las reglas y regulaciones establecidas por el Señor Supremo, hace que sus agentes, los yamadūtas, lleven ante él a todos los hombres pecaminosos inmediatamente después de que mueren. Una vez bajo su jurisdicción, él los juzga convenientemente conforme a las actividades pecaminosas que cada uno haya realizado, y los envía a uno de los muchos planetas infernales para que reciban su correspondiente castigo.
Algunas autoridades dicen que los planetas infernales son veintiuno en total; otros dicen que son veintiocho. Mi querido rey, te hablaré de todos ellos citando sus nombres, formas y características. Los nombres de los diversos infiernos son los siguientes: Tāmisra, Andhatāmisra, Raurava, Mahāraurava, Kumbhīpāka, Kālasūtra, Asipatravana, Sūkaramukha, Andhakūpa, Kṛmibhojana, Sandaṁśa, Taptasūrmi, Vajrakaṇṭaka-śālmalī, Vaitaraṇī, Pūyoda, Prāṇarodha, Viśasana, Lālābhakṣa, Sārameyādana, Avīci, Ayaḥpāna, Kṣārakardama, Rakṣogaṇa-bhojana, Śūlaprota, Dandaśūka, Avaṭa-nirodhana, Paryāvartana y Sūcīmukha. Todos esos planetas están destinados como castigo para las entidades vivientes.
Mi querido rey, la persona que se apodera de la esposa legítima, los hijos o el dinero de otro, es arrestada en el momento de la muerte por los crueles yamadūtas, quienes la atan con la cuerda del tiempo y la arrastran por la fuerza hasta el planeta infernal llamado Tāmisra. En las profundas tinieblas de ese planeta, los yamadūtas castigan al pecador con golpes e insultos; le hacen pasar hambre, y no le dan nada de beber. De ese modo, los iracundos sirvientes de Yamarāja le causan unos sufrimientos tan intensos que a veces se desmaya debido al castigo.
El destino de la persona que se vale de engaños y disimulos para disfrutar de la esposa y de los hijos de otro hombre es el infierno Andhatāmisra. Allí se encuentra en la misma situación que un árbol que está siendo cortado de raíz. Ya antes de llegar a Andhatāmisra, la entidad viviente pecaminosa tiene que padecer sufrimientos insoportables, que le hacen perder la inteligencia y la vista. Esa es la razón del nombre que los grandes sabios han dado a ese infierno, Andhatāmisra.
La persona que identifica el cuerpo con el ser trabaja arduamente día y noche para conseguir dinero con el que mantener los cuerpos de su esposa, sus hijos y el suyo propio. En sus esfuerzos por mantener a su familia, puede llegar a cometer violencia contra otras entidades vivientes. En el momento de la muerte, se verá obligado a abandonar su cuerpo y a su familia, y será arrojado al infierno Raurava, donde tendrá que sufrir las reacciones de su envidia hacia otras criaturas.
A lo largo de su vida, la persona envidiosa comete actos de violencia contra muchas entidades vivientes. Por esa razón, después de morir, Yamarāja la lleva a un infierno en que las entidades vivientes a las que ella hizo daño se le aparecen en forma de animalesruru y le causan enormes dolores. Los grandes sabios dan a ese infierno el nombre de Raurava. Los rurus, que por lo común no se ven en este mundo, son más envidiosos que las serpientes.
La persona que mantiene su propio cuerpo haciendo daño a otros está obligada a sufrir los castigos del infierno Mahāraurava. Allí, los animales ruru que reciben el nombre de kravyāda la atormentan y comen su carne.
Hay personas crueles que, por mantener el cuerpo y dar satisfacción a la lengua, cocinan pobres animales o aves indefensas sin siquiera haberles dado muerte. A esas personas, hasta los antropófagos las condenan. En su siguiente vida, los yamadūtas las llevan al infierno de Kumbhīpāka, donde las fríen en aceite hirviendo.
Quien mata a un brāhmaṇa es enviado al infierno Kālasūtra, que abarca una circunferencia de ciento treinta mil kilómetros y está hecho de cobre en toda su extensión. La temperatura de esa superficie de cobre, calentada con fuego desde abajo y por un Sol abrasador por encima, es insoportable, y en ella, el asesino de un brāhmaṇa sufre quemado tanto por dentro como por fuera. Por dentro, arde de hambre y de sed, y por fuera, arde debido al calor abrasador del Sol y al fuego que calienta por debajo la superficie de cobre. Así, unas veces se tiende y otras veces se sienta, se pone en pie o corre de un lugar a otro, padeciendo este suplicio durante tantos miles de años como pelos hay en el cuerpo de un animal.
A la persona que se desvía injustificadamente de la senda de los Vedas, los sirvientes de Yamarāja la envían al infierno de Asi-patravana, donde la azotan con látigos. Huyendo del insoportable dolor, corre de un lugar a otro, pero por todas partes tropieza con árboles de palma de hojas cortantes como espadas. Con todo el cuerpo herido, se desmaya a cada paso y clama en voz alta: «¡Ay! ¿Qué puedo hacer ahora?, ¿qué puedo hacer para salvarme?». Este es el sufrimiento que se impone a quien se desvía de sus principios religiosos.
En su siguiente vida, el rey o representante del gobierno que es pecaminoso y castiga a una persona inocente, o que impone un castigo corporal a un brāhmaṇa, es llevado por los yamadūtas al infierno Sūkaramukha, donde los muy poderosos sirvientes de Yamarāja lo aplastan del mismo modo que a una caña de azúcar cuando se le exprime el jugo. La entidad viviente pecaminosa llora de modo lastimero y se desmaya, igual que un hombre inocente sometido a castigos. Ese es el resultado de castigar a una persona sin culpa.
Por la voluntad del Señor Supremo, algunos seres vivos de nivel inferior, como las pulgas y los mosquitos, chupan la sangre de los seres humanos y de otros animales. Esas criaturas insignificantes no son conscientes de que sus picaduras causan dolor al ser humano. Sin embargo, los seres humanos avanzados, como los brāhmaṇas, kṣatriyas y vaiśyas, tienen mayor grado de conciencia, y saben lo doloroso que es ser matado. Ciertamente, el ser humano con conocimiento incurre en pecado si mata o atormenta a esas criaturas insignificantes, que no tienen capacidad de discriminación. Para castigar a ese hombre pecaminoso, el Señor Supremo le envía al infierno Andhakūpa, donde es atacado por las aves, fieras, reptiles, mosquitos, piojos, gusanos, moscas y demás criaturas a los que atormentó durante su vida, los cuales le atacan desde todas las direcciones y le privan del placer de dormir. Sin poder descansar, vaga constantemente en la oscuridad. Así, en Andhakūpa pasa por los mismos sufrimientos que las criaturas de especies inferiores.
A la persona que recibe algún alimento y no lo comparte con sus huéspedes y con los ancianos y niños, sino que prefiere comerlo ella todo, o lo come sin realizar los cinco tipos de sacrificio, no se la considera mejor que un cuervo. Después de morir, es enviada al más abominable de los infiernos, Kṛmibhojana. En ese infierno hay un lago de 100 000 yojanas [1 300 000 kilómetros] de diámetro completamente lleno de gusanos; allí nace con cuerpo de gusano y se alimenta de los demás gusanos, que, a su vez, comen de su cuerpo. A menos que expíe sus pecados antes de morir, el pecador permanecerá en el infernal lago Kṛmibhojana durante tantos años como yojanas de ancho tiene el lago.
Mi querido rey, quien robe las joyas o el oro de un brāhmaṇa —o, en verdad, de cualquier otra persona— sin una justificación imperiosa, será enviado al infierno Sandaṁśa, donde le sacarán la piel con tenazas y bolas de hierro al rojo vivo hasta despellejarle y cortar en pedazos todo su cuerpo.
El hombre o la mujer que se entregan a relaciones sexuales con un miembro indigno del sexo opuesto, después de morir son castigados por los sirvientes de Yamarāja en el infierno Taptasūrmi, donde se les azota con látigos. Al hombre se le obliga a abrazar la forma de una mujer hecha de hierro candente, y a la mujer se le obliga a hacer lo mismo con la forma de un hombre. Ese es el castigo por las relaciones sexuales ilícitas.
La persona que se entrega indiscriminadamente a la vida sexual —incluso con animales— es enviada después de morir al infierno Vajrakaṇṭaka-śālmalī. En ese infierno crece un árbol de seda vegetal lleno de espinas duras como rayos. Los agentes de Yamarāja cuelgan de ese árbol al pecador y lo empujan con fuerza, de modo que las espinas le desgarren todo el cuerpo.
La persona que nace en una familia con responsabilidades —como por ejemplo un kṣatriya, un miembro de la realeza o un oficial del gobierno—, pero descuida la ejecución de sus deberes prescritos conforme a los principios religiosos, y debido a ello se degrada, en el momento de la muerte desciende al infernal río Vaitaraṇī. Ese río, que es un infierno en forma de foso, está lleno de animales acuáticos muy feroces. Tan pronto como el pecador es arrojado al río Vaitaraṇī, esos animales acuáticos comienzan a devorarle, pero debido a su vida extremadamente pecaminosa, no abandona el cuerpo; recuerda constantemente sus actividades pecaminosas y sufre lo indecible en ese río, que está lleno de excremento, orina, pus, sangre, pelo, uñas, huesos, médula, carne y grasa.
Los desvergonzados maridos de mujeres śūdras de bajo nacimiento viven como los animales, sin limpieza ni buen comportamiento, y sin llevar una vida regulada. Cuando mueren, esas personas son arrojadas al infierno Pūyoda, donde tienen que permanecer en un océano de pus, excremento, orina, moco, saliva y otras sustancias impuras. Los śūdras que no consiguen mejorar su condición caen en ese océano y se ven obligados a comer todas esas desagradables sustancias.
El miembro de las clases superiores [brāhmaṇa, kṣatriya, o vaiśya] que en esta vida sienta demasiada afición por salir de caza con sus perros, mulas o asnos, para matar animales innecesariamente en el bosque, después de morir será enviado al infierno de Prāṇarodha, donde los sirvientes de Yamarāja le utilizarán como blanco de sus flechas.
La persona que está orgullosa de su elevada posición en esta vida y que, llevada por el deseo de prestigio material, ofrece despreocupadamente animales en sacrificio, después de morir es enviada al infierno Viśasana, donde los sirvientes de Yamarāja la matan después de causarle ilimitados sufrimientos.
Si un necio que pertenece a una de las clases de nacidos por segunda vez [brāhmaṇas, kṣatriyas y vaiśyas] obliga a su esposa a beber su semen, llevado del deseo lujurioso de tenerla bajo control, después de morir será enviado al infierno Lālābhakṣa, donde le arrojarán a un río de semen y le obligarán a beberlo.
En este mundo hay bandidos de profesión que incendian las casas o envenenan a la gente. También hay miembros de la realeza y funcionarios del gobierno que, a veces, saquean a los comerciantes obligándoles a pagar el impuesto sobre la renta o sirviéndose de otros métodos. Después de morir, esos demonios son enviados al infierno Sārameyādana. En ese planeta hay 720 perros hambrientos que, siguiendo las órdenes de los agentes de Yamarāja, devoran a esos pecadores con sus colmillos duros como rayos.
La persona que en esta vida presta falso testimonio, o miente en sus relaciones comerciales o al dar caridad, después de morir recibe un severo castigo de los agentes de Yamarāja, quienes le conducen a la cima de una montaña de mil trescientos kilómetros de alto y lo arrojan de cabeza al infierno Avīcimat. En ese infierno no existe protección, y las duras piedras que lo forman son como olas en el mar. En él, sin embargo, no hay agua, por lo cual recibe el nombre de Avīcimat [sin agua]. El pecador es arrojado una y otra vez desde la cima de la montaña, y su cuerpo queda roto en pequeños pedazos; sin embargo, no muere, y tiene que pasar una y otra vez por el mismo suplicio.
Todo brāhmaṇa —o mujer casada con un brāhmaṇa— que beba alcohol, será llevado por los agentes de Yamarāja al infierno de Ayaḥpāna. Ese infierno es también el destino de todo kṣatriya, vaiśya o persona sometida a un voto que, bajo la influencia de la ilusión, beba soma-rasa. En Ayaḥpāna, los agentes de Yamarāja, subidos sobre su pecho, le vierten hierro fundido en la boca.
La persona ruin y de bajo nacimiento que vive absorta en el orgullo falso y en la idea de que es alguien importante, y que por ello no muestra el debido respeto a quien es más elevado que ella por nacimiento, austeridad, educación, conducta, casta u orden espiritual, es como un muerto incluso mientras vive. Después de morir, es arrojada de cabeza al infierno de Kṣārakardama, donde los agentes de Yamarāja le causan enormes sufrimientos.
En este mundo hay hombres y mujeres que sacrifican seres humanos ante Bhairava, Bhadra Kālī, para luego comer la carne de sus víctimas. Después de morir, los ejecutores de esos sacrificios son llevados a la morada de Yamarāja, donde sus víctimas, en cuerpo de rākṣasa, les cortan en pedazos con sus afiladas espadas. Del mismo modo que los caníbales de este mundo bailan y cantan llenos de júbilo mientras beben la sangre de sus víctimas, esos rākṣasas disfrutan bebiendo la sangre de quienes les sacrificaron y lo festejan del mismo modo.
En esta vida, algunas personas brindan refugio a animales y aves que, en la aldea o en un bosque, acuden a ellas en busca de protección; después de hacerles creer que los van a proteger, los hieren con lanzas y lazos y juegan con ellos como si fueran muñecos, causándoles mucho dolor. Después de morir, esas personas son llevadas por los sirvientes de Yamarāja al infierno de Śūlaprota, donde les hieren el cuerpo con lanzas afiladas como agujas. Pasan hambre y sed, y muchas aves de pico afilado, como buitres y garzas, vienen de todas partes para picotear sus cuerpos. En medio del sufrimiento de esas torturas, recuerdan las actividades pecaminosas que cometieron en el pasado.
Aquellos que en esta vida son envidiosos como serpientes, siempre iracundos y haciendo sufrir a otras entidades vivientes, después de morir caen al infierno Dandaśūka. Mi querido rey, en ese infierno hay serpientes de cinco y de siete cabezas, que devoran a esas personas pecaminosas del mismo modo que una serpiente se traga un ratón.
Aquellos que en esta vida encierran a otras entidades vivientes en pozos oscuros, graneros o grutas de la montaña, después de morir son enviados al infierno Avaṭa-nirodhana. Allí se les arroja en pozos oscuros, donde se asfixian en medio de humos y vapores venenosos, sufriendo muy intensamente.
El casado que recibe a huéspedes o visitantes con miradas de odio, como si fuera a quemarles con la vista, es enviado al infierno Paryāvartana, en medio de muchos buitres, cuervos, garzas y otras aves que le miran con sus penetrantes ojos hasta que, de pronto, se abalanzan contra él y le arrancan los ojos con gran violencia.
El que está muy orgulloso de las riquezas que posee en este mundo o en esta vida, siempre piensa: «¡Qué rico soy!, ¿quién podría compararse conmigo?». Con una visión distorsionada, siempre tiene miedo de que alguien le quite sus riquezas. En verdad, sospecha incluso de sus superiores. Cuando piensa en la posibilidad de perder sus riquezas, el rostro y el corazón se le secan; debido a ello, su expresión es la de un espíritu malvado. Le es imposible ser verdaderamente feliz, y no saben lo que es estar libre de ansiedad. Por las actividades pecaminosas que realiza para ganar dinero, aumentar sus riquezas y protegerlas, es enviado al infierno de Sūcīmukha, donde los alguaciles de Yamarāja cosen todo su cuerpo y lo atraviesan con hilos, como los tejedores cuando fabrican una tela.
Mi querido rey Parīkṣit, en la provincia de Yamarāja hay miles de planetas infernales. Todas las personas impías que he mencionado —y muchas otras que no he nombrado— tendrán que sufrir en esos planetas en proporción a su grado de impiedad. Las personas piadosas, sin embargo, entrarán en otros sistemas planetarios, los planetas de los semidioses. Aun así, tanto unos como otros tendrán que regresar a la Tierra cuando agoten los resultados de sus actividades.
Śrīmad-Bhāgavatam 5.26.1-37
Por Su Divina Gracia A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupāda
Fundador y Actual Ācārya (maestro espiritual iniciador) del movimiento Hare Krishna
“Si me marcho, no hay causa de lamentación. Siempre estaré con ustedes a través de mis libros y mis ordenes. Siempre permaneceré con ustedes de esa forma.”
(Mayo 5, 1977)
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